Las consecuencias del tratado que pretenden firmar Europa y EEUU abarcarían muchas e importantes áreas, entre ellas afectaría negativamente al empleo, la protección del medio ambiente, la defensa de los derechos laborales y de la soberanía alimentaria.
Si pensamos en las diferencias normativas que actualmente existen, las más llamativa es la que regula el uso de alimentos transgénicos. En la UE solo se cultiva un transgénico, un maíz propiedad de Monsanto. Lo cual no impide que estén presentes otros 60 transgénicos que se importan y se incorporan en la cadena alimentaria como piensos para animales. En EEUU se cultivan más de 150 transgénicos y su comercialización no está regulada o, mejor dicho, no lo está de forma diferente a la de cualquier cultivo convencional. Mientras una parte del los consumidores europeos ven con desconfianza los alimentos que contengan transgénicos y exigen, para poder elegir si los consumen o no, un etiquetado de los productos más detallado, que indique la presencia de transgénicos en su composición o en la alimentación de los animales de granja, la posición estadounidense es de protección a las industrias biotecnológicas que patentan estos transgénicos. Su interés está por tanto en eliminar toda información de las etiquetas, negando así la posibilidad de elegir al consumidor.
El objetivo del TTIP según los propios negociadores del mismo, es hacer homogéneas las normas para facilitar el mercado entre EEUU y Europa, normas que en Europa prohiben el uso de hormonas y promotores de crecimiento en el ganado deberán abolirse para permitir la importación de carne procedente de EEUU, donde el uso de los mismos es habitual. Como también es habitual sumergir a los pollos en cloro al final del proceso de producción con el fin de disimular cualquier contaminación que hayan sufrido.
Estos son algunos de los cambios en seguridad y soberanía alimentaria a los que los Europeos debemos renunciar si se firma el TTIP.
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